
Arequito, 8 de enero de 1820. Bustos grita la clave de las mayorías populares de aquellos días fundantes de la nueva nación sobre la faz de la tierra, “¡Viva la Federación!” y se convierte en el líder político de la asamblea de Arequito. Ese ejército que sangró con San Martín y las guerrillas de Güemes no matará paisanos montoneros. Es el momento histórico en el que Buenos Aires no maneja los hilos como pretenden sus hacendados, comerciantes ni tampoco el imperio inglés. Las mayorías populares que pelearon por la independencia buscan construir un federalismo de verdad…
La sublevación de Arequito “ha sido uno de los episodios de mayor trascendencia en nuestro pasado histórico, aún cuando sea ignorado por gran parte del pueblo argentino”, escribió M. Núñez, en 1975. Tiene razón. El líder de aquella asamblea, Juan Bautista Bustos, diría con claridad: “La voz general de los pueblos mucho tiempo hace que llegó a mis oídos y sus quejas habían penetrado demasiado mi corazón. Me enseñó también la experiencia, el diferente trato y la diversa correspondencia que merecían los hijos de las Provincias interiores por más relevantes que fuesen sus servicios, su aptitud y sus talentos…”, sostuvo quien sería el gobernador de Córdoba.
“Las facciones que se han alternado en Buenos Aires desde el 25 de mayo de 1810 arrebatándose el gobierno las unas a las otras, se creyeron todas sucesoras legítimas del trono español respecto de nosotros y con un derecho ilimitado para mandarnos sin escuchar jamás nuestra voluntad….las armas de la Patria, distraídas del todo de su objeto principal, ya no se empleaban sino en derramar la sangre de sus conciudadanos, de los mismos cuyo sudor y trabajo les aseguraba la subsistencia”, escribió Bustos, el líder popular de Arequito. Buenos Aires estaba muy débil. Doscientos años atrás, esos días podrían haber definido un futuro diferente para lo que después sería la Argentina.